Somos un instrumento en la orquesta de la vida




Cuando he asistido al algún concierto y he observado la cantidad de instrumentos que componen la orquesta, me he dado cuenta que todos y cada uno por pequeño o grande que sea, tanto si es de viento, de cuerda o de percusión, y por sencillo o complicado que puede parecer sacar las notas a cada uno, tiene una importante misión en la composición de la sinfonía.

Lo mismo pasa con la vida, pensamos que somos más o menos importantes por el estatus social, por el poder, por el dinero, por la categoría profesional, por la fuerza o por esa humilde morada en la que vivimos, sin darnos cuenta que estamos en la gran orquesta de la vida y tenemos que estar ahí, aunque nuestras notas musicales en ese concierto sean solo tres dentro de la gran partitura.

Lo importante en la gran orquesta de ese magnifico concierto es estar, porque nuestra aportación, aunque nos parezca pequeña, es necesaria para que la sonoridad de la melodía sea completa.

Infravaloramos el «puesto» o el «papel» que nos han dado o nos ha tocado vivir y no nos paramos a pensar, que tenemos que ser ese instrumento para hacer sonar las notas precisas en donde la partitura necesita de nuestra «humilde» participación.

Pero en la vida no hay «humildes» participaciones porque todas son importantes para que la gran sinfonía sea un éxito, ese éxito que también depende de nosotros. Esa sinfonía que nos ha reunido a todos para que no desafinemos  y saquemos lo mejor de nosotros mismos,  compartiéndolo con cada uno de los demás miembros de la orquesta y con todo el público que, atento, espera la fusión de todas y cada una de las notas musicales que salen de cada uno de los instrumentos para sentir la gran y única sinfonía de la vida, esa que sale del corazón.

La vida no nos pide que seamos piano, violín o saxofón, lo que nos pide es que siendo lo que somos, pongamos el máximo empeño en sacar el mejor sonido desde nuestro interior para que nadie que se cruce en nuestro camino vea dañados sus oídos porque «desafinamos». Nos pide que nuestras decisiones y acciones se desarrollen siguiendo la partitura que nos exigen los importantes valores de esa gran orquesta de la vida. Nos pide que nuestro comportamiento con la familia y las personas no desentone, poniendo en peligro el «sonido» de la convivencia  con los demás instrumentos.

La gran orquesta de la vida que permite hacer sonar esa gran sinfonía, necesita de cada uno de nosotros. La música solamente suena con gran sonoridad, cuando cada uno hace que su instrumento esté ahí acariciando los teclados, haciendo vibrar las cuerdas o haciendo fluir el viento, sintiéndonos y  haciendo sentir a todos parte importante, transmitiendo la felicidad y la alegría que emiten las diferentes notas musicales, aceptando su responsabilidad y misión dentro de la orquesta.



Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. 
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"

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