Un virus para humanizar el mundo



Estos días me están permitiendo reflexionar mucho sobre nuestra verdadera misión en la vida y sobre la necesidad que tiene el mundo de parar y —si no volver a empezar—, observar de cerca las circunstancias y los obstáculos que se nos ponen en el camino para preguntarnos si verdaderamente ese es el camino a seguir o debemos de coger otro que aparentemente es menos atractivo, pero que los más santos dicen que es el que te lleva a la felicidad.

El mundo va demasiado deprisa en busca del «tesoro escondido» que para unos es el éxito, el triunfo, el dinero, el poder y la gloria, y para otros que —al parecer son los menos—, ese tesoro escondido está simplemente en el interior de las personas, en su corazón y se llama amor. Un amor que es capaz de cambiar el mundo, hacerlo más humano regalando alegría y felicidad.

Estamos tan perdidos que pasamos ejerciendo una traición continua a todo lo que nos ha sido regalado. Fuimos creados para ser buenos, pero se nos ha olvidado. Cada uno entiende la bondad como quiere y la aplica o pone en práctica según el interés o el beneficio propio que va a obtener de ella. Apartar de nuestro lado a las personas que suponen un obstáculo en ese supuesto camino hacia la gloria, se ha convertido en una costumbre que cada vez traiciona y destruye más y más todo lo humano, así como la belleza del mundo y todo lo creado, pero sin embargo no logra colmar ese vacío permanente que cada uno pretende llenar con falsas ilusiones, ya que el corazón está roto y ha dejado de latir.

Escuchaba hace unos días en una charla de la Madre Olga María del Redentor: «Hace falta pasar por el desierto para ser mejores, porque el desierto es un lugar de cambio, un estado de crecimiento para descubrir la nada y el todo; un lugar de prueba, donde sale lo mejor y lo peor de cada uno».

Ahí es donde se nos presenta la lucha por cambiar y mejorar o la renuncia y el abandono ante lo imprevisto por nuestra soberbia y autosuficiencia. Porque como decía en un artículo anterior, ¿dónde reside nuestra seguridad? En ese desierto que se ha presentado en nuestra vida de nada nos sirve nuestro currículum, nuestros títulos y nuestras posesiones. Este desierto es donde se cursa el gran y verdadero «máster de humildad»; un máster que nos pone a cada uno en su sitio, nos dice que no somos nada ni nadie y que solo somos lo que hacemos.

Con nuestro comportamiento continuo de deshumanización, parece que el universo ha entendido que pedíamos el abandono total a las personas. Por eso nos ha enviado hacia un gran desierto, un mundo solitario lleno de grandes ciudades y grandiosos rascacielos, pero con las calles vacías y todas las personas confinadas para que no nos podamos acercar unos a otros. ¡Menuda llamada de atención contra la hipocresía!

Cuando sucede lo inesperado, cuando uno entiende hasta donde llega su fragilidad o su pequeñez y la poca importancia que tiene el futuro, si no nos preocupamos del presente, es cuando se nos presenta la verdadera oportunidad de cambiar; una oportunidad para vigilar el corazón y conseguir que vuelva a latir. Leía hace tiempo en este artículo sobre la alegría: «Cuando el corazón es fuente que vivifica todas las acciones, reacciones y actitudes todo adquiere una dimensión positiva. Lo que uno es y siente en cada desafío cotidiano, tiene su razón de ser en lo que pervive en el fondo del corazón.

Lo dice con claridad el libro de los Proverbios: «Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida». De ahí la pregunta que debiéramos hacernos cada uno: ¿qué reina en mi corazón?

Dile a tu corazón que vuelva a latir. Tú puedes hacerlo.Que recobre la alegría, la esperanza, la paciencia, la generosidad; que no sea insensible, que se vuelva humano, que abra tus oídos al que necesita que le escuches, que suelte tu boca para hablar con quien necesita tu ánimo, que te haga tomar las decisiones más justas, que despierte en ti de nuevo la bondad y el amor, que te haga descubrir el interior de las personas, que te haga ser generoso.

Tiene que latir con fuerza para llevar alegría donde reside la tristeza. No puedes permitir la muerte de tu corazón.

Ha llegado el momento de despertar para estar seguro de que no estarás dormido cuando salga el sol. Para que el nuevo amanecer te encuentre despierto. Para que las ideas y las acciones puedan llevarse acabo. Para que cuando alguien transmita sabiduría, puedas escucharle con atención. Para que cuando alguien necesite ayuda estés atento, activo y dispuesto a echar una mano. Para que tus ojos puedan ver con claridad más allá de lo que se ve y puedas apreciar cada mínimo detalle de la grandeza del mundo y de las personas que te rodean. Deja engrandecer a tu corazón.

Para entender el desierto, necesitábamos ver en el oasis a esos héroes escondidos, esos mensajeros de alegría, los verdaderos santos que están a nuestro lado que hacen que el mundo aplauda y se llene de lágrimas al comprobar su amor, su valentía, su disposición y la entrega desinteresada de su vida por despertar a tantos corazones dormidos y tantos corazones con ganas de latir.

Buena mención la del Papa Francisco: «Pienso en los santos de la puerta de al lado en este momento difícil. ¡Son héroes! Médicos, religiosas, sacerdotes, operarios y trabajadores que cumplen con los deberes para que la sociedad funcione. ¡Cuántos médicos y enfermeros han muerto! ¡Cuántos sacerdotes, cuántas religiosas y cuantos voluntarios han muerto sirviendo! Si reconocemos este milagro de los santos de al lado, de estos hombres y mujeres héroes, si sabemos seguir estas huellas, este milagro terminará bien para bien de todos. Dios no deja las cosas a mitad de camino. Somos nosotros los que las dejamos y nos vamos. Estamos viviendo un momento de conversión y es la oportunidad de hacerlo. Hagámonos cargo y sigamos adelante».

Cuando tú no puedes con tu alma, es cuando el Señor actúa. Sin embargo cuando piensas que tú puedes con todo, ¿para qué te va a ayudar Dios? Somos frágiles, pero tenemos grandes dosis de soberbia.

A Dios no le hacen falta  los «grandes triunfadores» del mundo actual.  Los más grandes que eligió Jesús eran los más pobres, los más humildes, los más ignorantes, pero capaces de dar su vida y su amor por quien lo necesitase, al igual que tantos santos que han pasado por la vida humildemente pero dejando una gran huella; al igual que estos héroes escondidos de la puerta de al lado que con su amor de cada día, logran que el mundo viva.

El mundo necesita estos referentes valiosos que son los verdaderos triunfadores, los héroes que se miden por su calidad humana, por su manera de ser, por su cariñosa mirada, por su forma de hacer sentir paz y tranquilidad regalando amor, alegría, confianza y fe.

Ser buena persona es una elección y todo lo que estamos aprendiendo en este desierto nos exige elegir ese único camino para hacer un mundo mejor.

Y tú, ¿qué piensas hacer?


Con mi ánimo, agradecimiento, reconocimiento y aplauso a tantos y tantos santos que están siendo un ejemplo de amor al prójimo cada día.




Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. 
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"



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