¿Y por qué no podemos hacer del trabajo un pequeño cielo? El cielo se construye cada día y es posible construirlo en el trabajo —y allá donde estemos— con pequeños comportamientos y actitudes en nuestros actos con las personas que nos cruzamos.
Podemos ser un cielo para los demás y ganarnos el verdadero cielo, pensando en el bien que está en nuestra mano hacer en cada momento. Es decir: entregarse, ayudar, tender una mano, escuchar, enseñar, actuar con justicia, no abusar de la autoridad, cuidar nuestros comentarios y nuestras críticas, además de ser responsables; acciones que no requieren un gran esfuerzo y sin embargo suponen un gran beneficio para todos; ese que lleva a un gran ambiente laboral y a ese entusiasmo por levantarse cada mañana para trabajar en una empresa que mantiene la ilusión y el bienestar.
Sí, ya sabemos que puede ser que los demás no piensen y obren así, pero la acción y la satisfacción tiene que ser personal y..., allá cada uno.
El mundo laboral, como la vida misma, es un caminar para llegar a lo alto de la cima, a ese objetivo de vida que tiene cada uno. Hay que superar mil y una adversidades, pero cuando llegas arriba, cuando miras atrás y has visto el camino recorrido, cuando te das cuenta de quiénes te han ayudado y a quiénes has ayudado tú mismo, es cuando ves el cielo y lo sientes muy cerca a pesar de los tropiezos.
¿Ah, que para algunos no existe el cielo y que el esfuerzo puede ser baldío? Pero, ¿y si existe? También puede ser baldío querer conseguir el éxito laboral y tirarte años durante los cuales nadie te reconoce tu esfuerzo, tu dedicación, tus horas robadas a la familia, además de tener un sueldo ridículo y de recibir mil y una humillaciones.
Llegar al cielo supone esfuerzo, sí; supone decir que no a muchas engañosas invitaciones al placer. Pero también supone felicidad en el camino, una felicidad muy diferente a la de aquellos que han conseguido todo el dinero del mundo mediante la ambición, la soberbia y el egoísmo, disfrutando de mil y un placeres, haciendo lo que les ha venido en gana, pero dejando su corazón vacío.
Nunca estará bien construido un edificio, si quienes lo han construido no tenían unos buenos cimientos interiores firmes y sólidos. Y así pasa con las empresas, la familia, la pareja, la educación... ¿De qué material son sus cimientos?
Recientemente me han invitado a dar una pequeña charla a niños que van a hacer la comunión y se me ocurrían algunos ejemplos que pueden sernos válidos a todos.
Primer ejemplo: comparar el cielo con el fútbol. ¡Qué satisfacción es la de meter goles y ganar el partido o ser el campeón de la liga! Pues también nos tiene que parecer una gran satisfacción, meter goles cada día haciendo obras buenas que serían como los goles del fútbol; sumar puntos para ganar el gran trofeo de llegar al cielo y disfrutar de una maravillosa felicidad. Yo, apuesto por lo segundo.
Segundo ejemplo: comparar el cuerpo con el alma. Todos sabemos que si ante una enfermedad no seguimos la prescripción médica, cansándonos de tomar los medicamentos, no curaremos nuestras dolencias. Pero, ¿y qué pasa con el alma? Si no seguimos las prescripciones espirituales, olvidándonos de seguir a Dios y de recibir los sacramentos, enfermará nuestra alma, decreciendo por tanto los valores humanos, las virtudes y los principios, despreciando lo que pasa a nuestro alrededor e ignorando al prójimo, porque nuestro corazón ha dejado de sentir y de amar. Gran motivo para no olvidarnos de la salud espiritual.
Por supuesto ir al cielo o al infierno es una elección, pero como comentaba un sacerdote en una reflexión: «hay que ser tonto para querer ir al infierno, y no para un rato, sino para siempre». ¿Tú que eliges?
Recordemos: «Todo pasa, Dios permanece»
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"
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