Yo quiero ir al cielo


Leía estos días las historias reales publicadas en el libro de María Vallejo-Nájera, «Paseando por el cielo» y me han sorprendido los testimonios que nos acercan el Cielo a la tierra, además de la alegría que ella misma transmite al contarlo.

Eso también me pasó a mí cuando fuimos de peregrinación a Lourdes, a Medjugorje y recientemente a unos Ejercicios Espirituales. Pero no es solo lo que sientes allí, sino las ganas de compartirlo con todos los que se cruzan en tu camino. Sientes que quieres ir al cielo y que te acompañen todos tus seres queridos, y por supuesto, el mundo entero.

No sé, es como cuando te paras con alguien en la calle o en el trabajo y cruzas unas palabras con él, y ves que esa persona tiene un no sé qué que te llega interiormente y que ha removido tu corazón.

Y sí, yo quiero ir al cielo, porque yo sí creo. Creo en Dios, creo en Jesucristo, creo en su Resurrección y creo en la vida eterna, porque todo ello da sentido a mi vida.

Para mí lo que está claro es que la felicidad no está aquí, alrededor de tanta ambición, soberbia, egoísmo y maldad, y sí la veo en multitud de personas que entregan su vida a los demás y llevan el amor por delante en todo lo que hacen.

Por supuesto respeto las creencias de cada uno, pero para el que quiera informarse, ya no hay dudas sobre la existencia de Dios por la cantidad de científicos que se han convertido al ver las evidencias en sus investigaciones. Ya hay multitud de libros que documentan perfectamente su existencia, como por ejemplo el libro de José Carlos González-Hurtado: «Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios» o «Dios, La ciencia, Las Pruebas » de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies.

Y yo, quiero ir al cielo, porque independientemente de lo que opine cada uno, yo me siento bien con este camino emprendido y siento una gran satisfacción personal cuando hago el bien. Cosa que no me pasa al contrario. Y tan solo por eso, merece la pena ese caminar hacia el cielo poniendo el bien hacer, la alegría, la sonrisa, la escucha y el amor en todo y en todos los que uno pueda. 

Me encanta ver cuando he hecho feliz a alguien con un simple acto, con un saludo, con unas palabras, con una mirada, con una pequeña ayuda, con un pequeño interés por su persona. Y me emociona y toca mi corazón cuando es otro el que se acerca a mí y me «despierta o recoloca» simplemente con unas palabras o con su testimonio.

Algo tiene que significar para cada uno que los actos de amor; esos que ha defendido y defiende Jesús, sean portadores de felicidad.

Algo tiene que decirnos esos comportamientos que vemos a nuestro alrededor y que provocan ansiedad, desánimo, vacío, tristeza, insomnio, estrés...; tanto en el aspecto laboral, como en el social y familiar.

Yo quiero ir al cielo. No quiero ser causante de ese mal que está padeciendo el mundo y de esa grave enfermedad que parece extenderse y que alguno llama «cardio-esclerosis» (endurecimiento del corazón) o que todos la sentimos como una gran deshumanización.

Yo quiero ir al cielo. Sé que me tocará revelarme contra muchos de los pensamientos, decisiones y acciones que hoy en día se emprenden sin considerar las consecuencias, porque ya forman parte de lo normal o cotidiano. Pero también sé que adoptar esa actitud que ahora predomina, a mí no me hace feliz. 

Esos segundos de felicidad o falsa alegría que algunos reciben con sus actos de una u otra índole, son estimulantes momentáneos que cada vez agrandan ese vacío interior conduciendo al precipicio.

Y es que, aunque no existiera nada de aquello en lo que yo creo, los momentos en los que humildemente he podido hacer feliz a alguien, habrían merecido la pena. El hacer daño, el humillar, el explotar, el abusar, el maltratar, nunca podrán competir con la felicidad de hacer el bien.

Tenemos aquí un pequeño cielo en la tierra que nos anuncia cada día la grandeza que nos espera, viendo la belleza y grandiosidad que nos rodea: ese perfume de la multitud de flores y árboles, las montañas, los ríos, los mares, la majestuosidad del universo con la multitud de estrellas y la infinitud de vida perfecta que nos rodea, allá donde miremos y allá donde caminemos, así como esas maravillosas personas que tienen ese no sé qué, que tú también deseas para ti.

Yo no me quiero perder el cielo. Yo quiero ir al cielo con el bien hacer en el trabajo, con ejercer mi responsabilidad como trabajador, como jefe, como compañero, como esposo, como padre, como abuelo, como amigo. 

Yo quiero ir al cielo compartiendo alegría, amistad, entusiasmo, afán de servicio, conocimientos, experiencia, ideas, iniciativa, responsabilidad; haciendo del bien hacer mi máxima diaria, sacando lo mejor de mí cada día, procurando ponerlo al servicio de los demás.

Quiero contagiar lo que he visto, lo que he sentido y lo que siento, porque es maravilloso llenar de alegría los corazones y hacerlos resucitar a la verdadera vida.

Hay que desmundanizarse y brillar como personas allá donde estemos. Tenemos que transmitir luz. Una luz que ilumine los caminos y aparte esa oscuridad que no deja ver el verdadero sentido de la vida. 

Tenemos que transmitir esa alegría que no se puede contener y se tiene necesidad de comunicar, de compartir y de contagiar.

Yo quiero ir al cielo. ¿Me acompañas?


Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. 
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"




Comentarios

  1. Muchas gracias por compartir tu reflexión, Jesús. Me ha encantado el término «cardo-esclerosis», tan extendida hoy en día.

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