Algunos de mis fieles lectores, ya conocéis algo de mi historia. Esta fue una de mis grandes experiencias de vida debido a las importantes lecciones que aprendí y me gustaría compartirlas con vosotros.
Yo nunca me podía imaginar que iba a pasar por aquello, caer por aquel precipicio tan grande cuando decidí emprender el camino de empresario —mi propio camino hacia el podio de los triunfadores—.
Con veinticuatro años y con la gran ilusión de realizar mi sueño —crear un grupo de empresas y ser un gran empresario—, me lancé a un mundo desconocido para mí a pesar de los estudios realizados, pero sin experiencia alguna y sin dinero.
¡Vaya locura!, ¿no? Confiaba en mí. Si otros lo habían hecho, ¿por qué yo no?
Cuando se lo conté a mi familia, me miraron sorprendidos y aunque estaban más asustados que yo porque sabían que no tenía un euro —un duro entonces— y ellos tampoco me podían ayudar, me vieron con tanta seguridad en mí mismo que también confiaron en mí.
Total, solo tenía que estudiar bien el proyecto, analizar el mercado, buscar dinero, encontrar un local, conseguir las licencias y permisos, las altas correspondientes, comprar la maquinaria, los medios necesarios, contratar un seguro, negociar con bancos y proveedores, contratar al personal, y una vez todo atado —o casi atado—, decidir la fecha de apertura para hacer la publicidad necesaria. Seguro que se me han olvidado cosas, pero creo que os hacéis una idea, ¿no?
No es tan difícil como uno cree, solo requiere completar las piezas del puzle de tu sueño.
Lo conseguí, puse en marcha un negocio con veinticuatro añitos, para sorpresa de la familia, amigos, vecinos, compañeros de estudios y todo aquel que me conocía por entonces. ¡Qué osado, qué valiente! —decían algunos.
¡Si uno quiere, puede! Pero no basta con querer, hay que comprometerse y actuar.
Los clientes también se sorprendían de mi juventud, pero mi atención, mi comunicación con ellos, mi sentido de la escucha, mi afán por dar solución a sus problemas o necesidades y el buen servicio, generó confianza en ellos.
La buena comunicación siempre es la base de cualquier entendimiento y una buena relación.
Recuerdo, que un cliente pensó que alguien tan joven no podía gestionar solo un negocio sin tener una protección detrás y preguntó por mi padre. Cuando le respondí que mi padre estaba en su casa, que no tenía nada que ver con el negocio y que no se preocupara, que yo podría dar solución a sus necesidades —aunque le sorprendió también—, me dio un voto de confianza.
Cuando uno es serio, respetuoso, amable, tiene argumentos y asume los riesgos y responsabilidades, se gana la confianza de cualquiera.
A todo esto, y cuando llevaba con el negocio abierto apenas unos meses, decidí pedirle matrimonio a mi novia y casarnos unos meses después. ¿Y por qué no? Si como novia, ya empezaba a sufrir y acompañarme en mis problemas, ¿por qué no los podía sobrellevar siendo mi mujer? Por cierto, la mujer más fantástica del mundo y la más valiente.
La relación de pareja es andar juntos en la misma dirección, compartiendo lo bueno y lo malo.
Si tienes un gran apoyo a tu lado, apóyate en él, porque te dará fuerzas cuando te falten.
El negocio iba funcionando, pero me tenía que enfrentar a tantas cosas inesperadas para un «pardillo» como yo, que recibía colleja tras colleja que me demostraba mi inexperiencia y osadía.
Inspecciones, pagos de impuestos, seguridad social, nóminas, bancos, proveedores, alquiler, luz, agua, teléfono y el gran apartado de varios que iba poniéndome en mi sitio sobre la marcha: absentismo laboral, trabajos sin terminar, decisiones equivocadas, negociaciones con clientes, reclamaciones...
Los errores siempre te hacen aprender y mejorar.
Nunca se puede llegar, si no se sigue avanzando a pesar de los obstáculos.
Los miedos se vencen enfrentándote a ellos.
Pero quería seguir el camino a pesar de esos obstáculos, de los peligros y de la cantidad de tormentas que empezaban a amenazar, resolviendo los problemas sobre la marcha dando tres pasos adelante y dos para atrás —algunas veces eran tres para atrás y ninguno para adelante.
Cuando haces sentir a tus empleados que son parte importante de la empresa, ellos te acompañan en tu camino.
Mi familia, mis amigos, los clientes, la gente, incluso los bancos, me veían como un «superhéroe». Yo empezaba a creerme el Rey del Mambo porque los «generosos» bancos venían a ofrecerme dinero y hasta me invitaban a comer. Me trataban como a un triunfador y yo sentía que mis pasos, me estaban llevando a ese podio de los triunfadores.
Mientras tanto, mi familia fue creciendo considerablemente: uno, dos, tres y hasta cuatro hijos construyendo una fantástica familia, que cuidábamos con gran esmero y responsabilidad, destacando sobre todo el papel de mi mujer.
Detrás de todo «gran» hombre, hay una gran mujer.
Yo no me considero un gran hombre, pero sí he tenido y tengo una gran mujer detrás.
La familia es el pilar que sostiene cualquier «rascacielos» por alto y grande que sea.
Por si me aburría en ese camino «pedregoso», amplié el negocio y creé una nueva empresa, intentando cumplir con mi objetivo de ser un gran empresario con un grupo de empresas.
Un nuevo salto más, sorteando barrancos y abismos que podrían llevarme al vacío, pero los diferentes «traspiés» y «resbalones», los iba superando procurando mantener el equilibrio.
Habían pasado ya catorce años de un largo recorrido y cuando mi meta debería haber encontrado la senda de la estabilidad, empezó a ponerse cada día más difícil, viéndose amenazada por grandes y complicados obstáculos. Fuertes temporales y tormentas auguraban un enorme huracán, una fuerte crisis económica que retaba con rabia y violencia a los pequeños empresarios. Las fauces de un gran barranco, se abrían para comerse mi «gran imperio».
Los graves daños de las tormentas solo se evitan cuando te has preparado para recibirlas.
Los catorce años dando un paso tras otro por ese difícil camino, superando las muchas dificultades y conflictos —principalmente económicos—, que se fueron paliando con los ingresos, se convirtieron en un calvario donde solo se producían gastos y acumulación de deudas.
La zona de confort, no es segura y nunca es para siempre. Hay que reinventarse cada día.
Esperar no conduce a nada. Siempre es mejor prevenir y actuar.
Las negociaciones con proveedores siempre llegaban a acuerdos y soluciones, pero las negociaciones con las entidades financieras y tributarias no facilitaban el camino a seguir, encontrando siempre grandes montañas que superar y que conducían a un peligroso abismo.
Los problemas no se solucionan dejándolos pasar. La solución viene cuando se afrontan.
No fue fácil decirle a mis empleados —mi segunda familia—, que El Rey del Mambo no había podido vencer en la batalla y tenía que entregar el reino porque ya no podía «bailar» al son de esa música.
Nunca es fácil tomar una decisión que rompe tu vida, la de tu familia y la de gente que quieres y que ha trabajado contigo durante muchos años.
El dolor siempre será mayor, si no emprendes nuevas acciones para que las cosas cambien.
Aunque mis manos procuraban agarrarse con fuerza a lo irremediable, me precipité al vacío arrastrando conmigo todo lo que más quería —quedándome en la más absoluta ruina—, siendo embargados todos mis bienes y encontrándonos sin casa, sin trabajo, sin ingresos y sin fuerzas.
—CONTINUARÁ EN UN PRÓXIMO ARTÍCULO—
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