Hace unos meses estuve en casa de un amigo y nada más entrar me sorprendió lo bonito y cuidado que tenía su jardín. No le faltaba detalle y en cada rincón se veía el gran cariño que había puesto en el mismo.
Cuando le comenté lo bonito que lo tenía, su respuesta fue tal y como ya apreciaban mis ojos: el fruto del trabajo, esfuerzo, dedicación y preocupación, dándole el riego y abono necesario, cuidándolo y poniéndole cariño todos los días.
Esto me hizo recordar la frase de William Sakespeare: nuestro cuerpo es nuestro jardín, nuestra voluntad es nuestro jardinero. Parece que esta frase va dirigida solo al cuerpo, a la forma física o a nuestro crecimiento personal, pero si te paras a pensar, te darás cuenta —como yo—, que nuestra vida está rodeada de jardines que necesitan toda esa dedicación y voluntad continua, así como mi amigo le dedicaba a todo su parterre para mantenerlo hermoso.
Yo podría pensar en el fantástico jardín que puedo ver en mi relación de pareja, en la relación con la mujer que me viene acompañando desde hace cuatro décadas. Y pienso que sí, que mi jardín de pareja parece que lo he atendido, lo cuido, me preocupo por él y lo riego de amor cada día, y por eso se mantiene florido desde tanto tiempo atrás. Pero, también pienso que este jardín —al igual que cualquier otro—, no puedo descuidarlo, no debo olvidarme de él porque sus flores ya son preciosas y desprenden un fantástico aroma, sino que mi jardín tengo que seguir cuidándolo cada día porque si no ese vergel, ese gran parterre, ese maravilloso edén, perdería su frondosidad, su belleza, su fragancia y se echaría a perder.
Por supuesto eso mismo pasa con el maravilloso jardín que es la familia y debo pensar si lo atiendo, me preocupo y le dedico el tiempo que necesita, regándolo y abonándolo con amor y cariño, haciendo que sus flores sean las más bonitas y su perfume nos haga permanecer unidos.
Y me doy cuenta de la cantidad de jardines importantes que hay a mi alrededor; jardines que merecen mi atención, mi cuidado y cariño de los que no puedo descuidarme, abandonarme o relajarme, porque son los jardines que me mantienen vivo, los que me llenan el corazón, los que mantienen mi fe y me llenan de esperanza y alegría, los que verdaderamente me hacen ser el jardinero de mi voluntad y de mi felicidad.
Pero mi voluntad, ese jardinero que necesita que cada día esté ahí para atender cada uno de mis jardines, tiene que crecer para que el amor procure las mejores flores cada día; para que los hijos reciban el abono adecuado para el mejor crecimiento; para que la familia se mantenga unida y rebose alegría con un buen riego y con máxima luz; para que los amigos se vean contagiados de mi alegría, paciencia y generosidad; para que los compañeros reciban, atención, escucha y comprensión, recibiendo mis conocimientos; y también, para que tu negocio no se vea descuidado y tus empleados comprendan, participen y disfruten de ese maravilloso jardín que quieres construir viendo a tu lado sus frutos.
Estamos rodeados de jardines y olvidamos a menudo dar continuidad a aquello que ya nos parece consolidado y recibe los cuidados necesarios, sin prestar más atención porque ya existe ese «riego automático». Nos parece que ese supuesto «cariño y atención automática» lo puede todo, que basta con aquel primer abono, que las plagas desaparecen solas, y que la protección contra el frío y las tormentas que acechan es innecesaria, porque creemos haber construido grandes fortalezas que todo lo resisten en aquello que es lo más querido para nosotros. Pero, ¿sabes lo que pasa cuando no se riega un jardín, cuando se descuida, cuando no se atiende y no se le da el cariño que necesita?
Cuida tu jardín cada día y siempre tendrá flores; cuida ese gran jardín de la vida y de la felicidad, dedica el tiempo que merece y admíralo, porque solo el fruto de tu voluntad y de tu esfuerzo es el que hará sentirte siempre orgulloso de él.
Muchas gracias por el comentario Analove.
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