El éxito verdadero


Mucho se habla de éxito de uno y otros.

No se puede estar vendiendo constantemente el triunfo, el llegar a lo más alto, el aplauso, salir en los titulares, o conseguir la medalla de oro de cualquier manera.

El éxito verdadero es hacer bien aquello que te propongas, con el esfuerzo que requiera. El hacerlo bien es lo que tiene el mérito, lo que merece el reconocimiento y la medalla. Cualquier otro tipo de éxito es una mentira, es un engaño, una farsa.

Ser un alto ejecutivo dando empujones, poniendo zancadillas, cogiendo atajos o echando las culpas de los errores a los demás, no es tener éxito, ni haber triunfado en el mundo de los negocios.

Un empresario no puede decir que ha tenido éxito cuando en sus prácticas laborales existe el abuso, la explotación, la ilegalidad, la injusticia, la falta de honradez o de principios, sin referencias morales.

No es un éxito haber conseguido un pedido, un nuevo proyecto o un nuevo contrato, falseando datos, sobornando, engañando o prometiendo lo que no se va a cumplir.

Nadie debe conseguir el éxito periodístico contando mentiras, tapando verdades o manteniendo el silencio.

No se puede llamar éxito llegar a la cima tirando piedras a los que venían detrás, empujar al que corre a tu lado, o simplemente desacreditar o menospreciar a quien vale más que tú.

Un equipo de cualquier deporte que gana poniendo zancadillas, haciendo faltas y engañando al árbitro, nunca puede considerarse un éxito; eso no sería una copa ganada, sino una copa robada.

Todo esto, es como quién se felicita por haber conseguido un título, una licenciatura, un doctorado o una oposición, después de haber tenido información privilegiada o copiado en el examen.

El verdadero éxito, el verdadero triunfo, lo que merece la medalla de oro, la copa, los honores y el reconocimiento, es cuando el objetivo se ha conseguido lícitamente, con honor, siendo auténtico, actuando en conciencia, con justicia, con honradez, sin engaños; proporcionando el mejor servicio, la mayor calidad y el mejor producto sin ambicionar grandes beneficios, reconociendo el esfuerzo y el trabajo del equipo.

Hoy son los trabajadores los que buscan buenas empresas; empresas serias, honestas, con principios, que no engañen ni a clientes, ni a proveedores, ni a empleados y procuren la fidelidad laboral. Que su éxito no lo basen en hacer trampa para ganar dinero, ahorrando en calidad, en servicio y en sueldos, abusando del poder.

Lamentablemente muchos de los éxitos que nublan la mente —principalmente de los jóvenes—, no merecen el aplauso, sino un sonoro abucheo y el descrédito absoluto. Debemos dirigir bien a los jóvenes.

Alguien decía que es absurdo que la verdad genere tantos enemigos y la mentira tantos seguidores. Es difícil combatir la mentira. Hay que ser valiente para decir la verdad y defenderla.

Como comentaba Jaime Mayor Oreja en una entrevista: «se requiere y se necesita la transformación personal de cada uno, una jerarquía de valores, la dignidad del trabajo, defender nuestras raíces. Porque no todo vale».

«No nos debemos avergonzar de nuestros principios. Debemos sentirnos orgullosos». (Papa Benedicto XVI)


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