¡Cuenta lo que has visto y oído! (Lc.7:22)



Tenemos que contar lo que hemos visto y oído. No podemos dejar de hablar de nuestras experiencias, de lo que hemos visto y oído. ¿Cómo si no vamos a dar luz donde hay tinieblas?

Habrá quienes pensarán que somos más fuertes de lo que creemos, que para eso tenemos dones que ni nos imaginamos, que lo podemos todo. Pero el tiempo y los años te van poniendo en tu sitio y te das cuenta que todo eso no es mérito nuestro sino que viene de Dios. Un Dios que nos quiere, que va a nuestro lado y que actúa cuando le dejamos y confiamos en él. 

Entiendo que algunos no son creyentes y esto les puede costar entenderlo.

Pero como decía antes, a mí los años me han ido confirmando que todos esos talentos y dones que he recibido, no sirven para nada cuando surge lo inesperado, la adversidad, las frustraciones, los fracasos o las enfermedades, si no dejamos que Dios actúe.

Esos dones no valen de nada si no los ponemos en mano de Dios. 

Dios actúa cuando te pones en sus manos.

En estos muchos años ya, he aprendido a abrir los ojos y el corazón —aunque no siempre— para dejar actuar a la Providencia y os aseguro que actúa. 

En las múltiples experiencias de mi vida, he visto cómo se daban respuestas a mi paso que yo solo no habría podido solucionar.

Por ejemplo...

Cuando uno tiene un fracaso empresarial, sufriendo importantes problemas que afectan directamente a tu vida familia y ve que el poder de la oración actúa ante los imposibles.

Cuando ves que recibes un cheque inesperado o un amigo paga la fianza necesaria para alquilar una casa después del embargo de la propia.

Cuando uno tiene que exponer o defender algo ante quienes no confían en tu proyecto —o les interesa más el propio—, y ves que tus nervios desaparecen, tus palabras se llenan de sabiduría, y el auditorio escucha y asiente mostrando su conformidad.

Cuando tienes que resolver un problema familiar — enfrentándote a él de mala gana—, pero viendo que los diferentes organismos y estamentos oficiales te brindan toda su ayuda, atendiéndote con una sonrisa, incluso cuando tu cita no era para ese día en que has acudido.

Cuando después de unas lluvias torrenciales, ves abrirse el cielo para celebrar una boda brillando el sol.

Cuando sabes de unos amigos que no pudiendo ir a una peregrinación por dificultades económicas y estas desaparecen en un par de días.

Cuando ante entrevistas de trabajo o ante el jefe, todo aquello que ibas a decir se te olvida y salen de ti argumentos inesperados.

Y esto solo son algunas cosas que yo mismo he sufrido, las he oído de viva voz, o las he vivido al lado de personas cercanas. Pero podría contar más, sobre todo de centros que viven de esa Providencia que procura cubrir sus necesidades diarias.

Mi propia experiencia me ha demostrado que esto no es suerte, no es casualidad, sino que es fruto de nuestras oraciones.

Por eso, yo os animo a no olvidar vuestras oraciones en el trabajo, en la familia, ante las adversidades, ante las enfermedades y ante cualquier situación en la que pretendáis confiar solo en vuestras propias capacidades, porque no está de más recibir esa maravillosa Ayuda extra.

Habiendo sido testigo de una manera u otra, permitidme que os comparta también lo que todo esto me ha hecho aprender:

 A sentir los diferentes momentos con el corazón.

A fijarme en lo importante, para que esto mismo no sea desatendido, olvidado o menospreciado.

A recordar todo aquello por lo que debo dar gracias a diario.

A saber que cada día que sale el sol, tenemos otra oportunidad.

A dejar la autosuficiencia y no ser esclavo de uno mismo.

A salir de la pasividad espiritual.

A ser más humilde, apartando la soberbia, la vanidad, el orgullo...

A tener muy presente que lo importante no es lo que tenemos, sino a quienes tenemos a nuestro alrededor.

A no olvidar que valemos por lo que somos, no por lo que tenemos.

A procurar la felicidad de quien tenemos frente a nosotros.

A contagiar alegría, transmitir esperanza, ser portador de luz, de amor...

A practicar el arte de saber esperar, tener paciencia, confiar.

A escuchar, ayudar y mirar como nos mira Jesús, procurando ser luz con las palabras, los gestos y las acciones que el Espíritu Santo me inspire.

A seguir esa estrella que me permite no desorientarme. Multitud de estrellas suceden en nuestro día, con la belleza de la naturaleza, con nuestra familia, con nuestros compañeros, con nuestros amigos e incluso con esa persona que se cruza en nuestro camino y nos sorprende con sus palabras o con su escucha.

A seguir ese camino difícil hacia la santidad.

A no olvidarme de que Dios está a mi lado siempre.

Podría convenir leer esta reflexión:

Siempre hay “una luz” que viene de lo alto, “un camino” nada fácil de recorrer y “una meta”. Y en el camino de la fe hay que dejar las comodidades materiales y entrar a formar parte en la caravana de los “buscadores de Dios”. Es verdad que la “estrella de Dios” brilla, seduce, fascina y te lanza a una búsqueda apasionante. Pero también es verdad que, cuando menos lo esperas, esa estrella “desaparece”. Y corres el riesgo de desanimarte, tirar la toalla y desandar el camino. Lo expresaba bellamente Ortega y Gasset: “En la órbita de la Tierra hay perihelio y afelio: un tiempo de máxima aproximación al sol y un tiempo de máximo alejamiento. Algo parecido ocurre con la mente respecto a Dios. Hay épocas de “odium Dei”, de gran fuga de lo divino, en que esa enorme montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge el acantilado de la divinidad. Y se grita ¡DIOS A LA VISTA!”Lectio Divina (www.iglesiaenaragon.com).

Tenemos que contar lo que hemos visto y oído. No podemos dejar de hablar de nuestras experiencias, de lo que hemos visto y oído. ¿Cómo si no vamos a dar luz donde hay tinieblas? 

La semilla solo crece si se siembra.

¡No tengáis miedo! ¡No desfallezcáis!

Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. 
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"




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