Aquí estoy de nuevo con mis «historias».
Perdonadme, os cuento estas cosas pero yo no soy nadie, ni me creo nadie. Simplemente os comparto mis experiencias, mi vida, lo que a mí me ha inspirado, lo que me ha hecho bien y me hace feliz.
Si a alguno le puede ayudar, pues estupendo. Y si no, pues a lo mejor se lo cuenta a un amigo y a él sí le proporciona la ayuda que necesitaba. Sería maravilloso, ¿no?
Pues allá voy.
Ante las diferentes circunstancias que se presentan en el día a día, creo que la mayoría oímos cómo nuestros hijos desean cumplir sus sueños en los estudios, en el trabajo, con la pareja... Pero también nosotros, bien por lo que ellos nos transmiten o por lo que nosotros mismos padecemos, tanto laboralmente, como familiarmente y en nuestro día a día.
Cuántas veces nos quejamos, nos indignamos, nos revelamos y al final preguntamos mirando al cielo: «si existes, si estás ahí, ¿por qué no me escuchas?»
Problemas de salud, dinero, amor, trabajo o cualquier adversidad... Y vuelta a lo mismo: ¿Por qué no me escuchas?
Muchos se han apartado de Dios porque dicen que les ha fallado, que no les escucha, y la verdad es que Él nos escucha siempre; y atiende nuestras peticiones si las ve buenas para nosotros y cuando considera que es el momento.
Cuando éramos pequeños, también nuestro padre en la tierra parecía que no nos escuchaba, porque no nos daba lo que queríamos y además nos lo concedía si lo creía conveniente y cuando llegaba su momento.
¿Tú qué le concedes a tus hijos, lo que quieren o lo que les conviene? ¿Y en el mismo momento que ellos lo quieren o cuando consideras oportuno?
Yo mismo os puedo asegurar que he escuchado a mis hijos —aunque a ellos les pareciera lo contrario—; y no siempre les he dado lo que querían y por supuesto cuando era apropiado.
¿Por qué Dios iba a actuar de diferente manera? Él sabe mucho más que todos nosotros. Sabe de nuestras necesidades laborales, familiares, sociales, y también de nuestra salud corporal y espiritual.
Dios sabe qué, cómo, cuándo y para qué.
Pero nosotros le seguimos preguntando: ¿por qué no me escuchas?
El Señor tiene sus planes y no siempre coinciden con los nuestros. Los tiempos de Dios son diferentes.
No podemos decir que no nos escucha. Nos presta bastante más atención que la que nosotros le prestamos. Creo que todos tenemos experiencias que demuestran que nos ha escuchado, lo que pasa es que pensamos que aquello fue fruto de la casualidad, de la suerte, de la coincidencia...
Yo mismo —en mis muchos años ya—, también he llegado a plantearle esa pregunta y me he llegado a desesperar, pero ahora puedo asegurar que me escuchaba y que me ha respondido cuando lo ha creído oportuno y conveniente para mí.
Pero hay que abandonarse en Él y dejarle hacer. Los que somos creyentes porque tenemos que demostrarlo y los que no lo son porque no pierden nada con probarlo. Más bien lo mismo descubren algo de lo que nosotros ya disfrutamos.
Eso sí, la perseverancia es imprescindible. Hay que seguir y seguir pidiendo, como hacíamos nosotros con nuestros padres y como ahora hacen nuestros hijos. Seguir pidiendo, confiando en Él, ya que siempre actuará según su voluntad, que sin duda es la que obtendrá los mejores resultados.
Pero, tal vez, ante la posible falta de respuesta, deberíamos hacernos nosotros esta pregunta: ¿Y no será que somos nosotros los que no le escuchamos?
Lleva más de dos mil años gritándonos: ¿Por qué no me escucháis?
¿No será que —como cuando éramos niños o como piensan ahora nuestros hijos—, esos consejos, sugerencias y respuestas que recibimos no nos gustan porque la mayoría de las veces nos sugieren hacer o dejar de hacer cosas y eso nos incomoda?
¡Claro que Dios nos escucha y nos responde! Y su respuesta suele venir con un pensamiento, con una inspiración, con una lectura, con las palabras de alguien, en el diálogo de una película, en nuestros sueños y hasta con un rótulo de la calle; pero no terminamos de aceptarlo porque lo que queremos es esa solución dando al botón de la inmediatez y sin condiciones.
Siempre estamos muy ocupados y no le queremos escuchar.
Escucharle a Él no nos interesa, nos hace pensar y nos asusta, porque posiblemente nos diga bien alto que las respuesta a nuestras preguntas esté en nuestras manos.
Él nos dijo: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá».
«Él escucha desde el principio, pero quiere que nuestra fe sea profunda, más perseverante, más esperanzada, con humildad. Tener confianza en Él. Hace como que no nos escucha, porque quiere que mediante la oración se ensanche nuestro corazón y así quepa el don que nos quiere dar. Tarda para que seamos conscientes de que sin Él no somos nada. Él sabe sacar bien del mal. Muchas veces sus planes no son los nuestros, pero siempre sus planes son mejores». (Comentario al evangelio Mc7, 24-30)
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"
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