Cuestión de principios (capítulo 27)


Capítulo 27 de mi novela "Cuestión de principios" de venta en Amazon.

El nuevo partido y su candidato a presidente parecía atraer cada vez más la atención de los ciudadanos y por tal motivo los medios empezaron a prestarle más atención ante el mensaje diferente que transmitía. Tal era así que una cadena de televisión se decidió a hacerle una entrevista para que se conociera más a fondo a ese empresario de éxito que quería entrar en el mundo de la política y cambiarla.

Alfredo Macadán había acudido a los estudios decidido a responder a todas las preguntas,  aunque su director de campaña le recomendó la máxima prudencia con sus palabras y que observara en todo momento las indicaciones que le transmitiría entre bastidores.

—Hoy tenemos entre nosotros a Alfredo Macadán —comenzó la presentadora—, un empresario muy conocido y respetado por todos en el mundo de los negocios, procurando siempre el mejor entendimiento entre las partes intervinientes en cualquier proyecto, sin olvidarse nunca de sus fieles trabajadores, entre los que no hemos encontrado a ninguno que pudiera reprocharle algo y que no se sienta agradecido por el cuidado, la atención y el cariño a cada uno de ellos, bien directamente o a través de los responsables de cada división o departamento —matizó—. Nuestro agradecimiento por tenerle aquí con nosotros y nuestros telespectadores y permitirnos conocerle mejor.

—Gracias a ustedes por invitarme —contestó sin dar importancia a sus primeras palabras de presentación.

—Según sabemos, está casado, tiene dos hijos y se considera una persona muy familiar, como también defienden aquellos que le conocen de cerca.

—Sí, felizmente casado, enamorado de mi mujer y orgulloso de mis hijos —respondió nuevamente sin extenderse más.

—¿Y cómo un empresario de éxito que ha sabido priorizar a la familia, a pesar de sus muchos negocios y proyectos, decide meterse en política y hacer peligrar todo lo que ha conseguido?

—Sinceramente, no quería porque temía eso mismo que usted comenta, pero cuando me dijeron que eso era lo que necesitaba el mundo de la política para hacer este país mejor, pensé que era cierto y que yo con el respaldo de los ciudadanos, podía conseguirlo igual que lo he conseguido en mis negocios.

—¿Quiere decir que si llega a la presidencia, actuaría igual que lo ha hecho en sus empresas?

—Bueno, yo creo que ser presidente del gobierno es como ser presidente de una gran empresa y dirigirla con la misma ética, valores, virtudes y responsabilidades, dando el mejor servicio a los ciudadanos igual que se procura el mejor servicio al cliente.

—¿O sea que usted compara a los ciudadanos con los clientes?

—Claro que sí, no lo concibo de otra manera. Mis clientes son los que pagan y hacen crecer nuestra empresa y procuran nuestro salario, y los ciudadanos con sus impuestos hacen crecer nuestro país y también pagan el salario de políticos y funcionarios por el trabajo que hacen.

—Ya, suena muy bonito, pero aquí hay muchas diferencias. Por ejemplo según lo que usted pretende… perdone, lo mismo estoy equivocada pero usted me corrige si es así —continuó viendo que el candidato asentía con sus palabras— ¿Si usted llega a ser presidente dejará de contratarse a dedo a todos los ministros, directores, asesores y demás acólitos cercanos a la presidencia?

Desde bastidores el director de campaña parecía indicarle que desviara esa pregunta trampa.

—Por supuesto que sí. Así debe ser. Igual que cualquier director de mi empresa ha pasado un proceso de selección riguroso demostrando sus cualidades, conocimientos y capacidades, no podría entender que alguien ocupase el puesto de ministro u otro puesto de cierta relevancia solo por ser amigo mío, familiar, recomendado por alguien o simplemente porque le debo un favor.

—Bueno, no sé si eso son solo las palabras que suele transmitir uno u otro candidato o verdaderamente usted va a cambiar el mundo —pronunció con cierto sarcasmo—. Pero permítame que le haga otra pregunta siguiendo con la comparación del mundo de la empresa. Según sus palabras interpreto que una vez finalizado su mandato, todos se irían al paro como cualquier mortal sin cargos honoríficos,  remuneraciones o pensiones vitalicias de ningún tipo, ¿no es así?

—Pues sí, lo interpreta bien. Todos somos ciudadanos, todos somos trabajadores y todos debemos tener los mismos derechos y obligaciones laborales, económicas y de justicia.

—Ya, pero a los políticos les va muy bien así, ¿no cree?

—Pero a los ciudadanos no y quedamos en que a los políticos los pagan los ciudadanos.

—¿Y cree que todos los que van a estar a su lado y detrás de usted se lo van a permitir? ¿No será esto lo mismo de siempre, promesas y más promesas y lo único con lo que cumplen es con lo que habían previsto para ellos mismos?

—Esto también me lo decían cuando entré en el mundo de la empresa. Había otros empresarios que se reían de mí cuando les aseguraba que mis empresas destacarían por defender los valores humanos y por defender los intereses tanto de clientes como de empleados, con un verdadero afán de servicio.

—Esas son las siglas de su partido, ¿no?

—Sí, así son, C, A, S, con afán de servicio.

—¿Y cómo se va a llevar con los demás partidos?

—Pues si lo que aportan va en beneficio de todos ¿por qué no se va a aceptar? Hay que ser humildes y aprender del que sabe, eso es como si determinados países siguen una política mejor para su país. ¿Por qué no consultarles para que nos ayuden a mejorar?

La presentadora la miraba sorprendida y escéptica por su forma de ver la política.

—Entonces, lo mismo piensa quitar los coches y los escoltas.

—Claro, no tiene ningún sentido. Los escoltas son para gente que está amenazada, ¿y si se cuida y se trata bien al ciudadano, quién va a amenazar a un político?  En cuanto a los coches, que cada uno se compre el que quiera con su sueldo o con su propio patrimonio. Lo más normal es que el político utilice los transportes públicos y así estará más al lado del ciudadano y sabrá más por los problemas que pasa y lo que sucede en la calle.

—¿Se considera de derechas, de izquierdas o de centro?

—Pues más bien de centro, pero abierto a todo. Me explico: vuelvo a compararlo con la empresa, unas veces hay que tirar a la izquierda, otras a la derecha y otras al centro de forma que la empresa prospere y se mejore el bienestar de los empleados y el servicio al cliente. ¿O es que las empresas tienen que tener un signo político para ser sobresalientes en su fabricación, producción y resultados?

—Y en cuanto a los servicios públicos, ¿los quitaría?

—No, pero quienes trabajen para los ciudadanos y pagados por los ciudadanos, tendrían los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro trabajador. Vamos que tendrían los mismos horarios, las mismas responsabilidades y los mismos sueldos, sin privilegio alguno por ser funcionario, y el que no cumpliese bien con sus obligaciones, a la calle como cualquier otro. Eso es justo ¿no?

—Pues sí, lo pone usted de una manera… No sé, es que todo lo que usted dice me parece muy bonito, pero es una verdadera utopía esa sociedad perfecta y justa.

—¿Y no debe ser así?

—Me gustaría creerme todo esto que usted transmite pero que otros muchos también han dicho para nada. De cualquier manera, no se lo van a permitir porque va a tener que luchar con un gran ejército que atacará con fuerza para ganar su propia batalla —matizó la presentadora—. Ojalá lo consiga si sale elegido como presidente. Le deseo mucha suerte.

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