Es hora de salir de las sombras



En algunos artículos anteriores hablaba de la fuerza de la ilusión, así como de la importancia de la ilusión en el trabajo. Creo que es palpable que en general por esa falta de ilusión, por las circunstancias particulares de cada uno, por comodidad, por pereza o como simple excusa, cada vez la mediocridad reina más en el ambiente que nos rodea y en todos los ámbitos.

Parece que cada vez hay más adeptos al movimiento «¡a mí que me importa!» al «¡qué más da!» o al «que lo hagan otros». La ley del mínimo esfuerzo se impone en la sociedad y raro es aquel que dé el cien por cien en sus responsabilidades sin que quede el egoísmo de por medio buscando el propio beneficio o interés personal.

Empieza en la familia. Adoptando posturas cómodas en la relación de pareja y en la propia educación de los hijos, rehuyendo las responsabilidades que tiene construir una familia feliz, con la atención y cuidados para hacerla crecer en valores, desenvolviéndose en los límites de la mediocridad.

Sigue en la calle. No queriendo ver, escuchar o sentir lo que sucede alrededor, siendo impacientes, intolerantes, irrespetuosos, maleducados y egoístas, porque resulta más fácil, necesita menos esfuerzo y lleva menos tiempo que ser una buena persona que defienda los principios fundamentales de generosidad, cordialidad, urbanidad, ética y civismo.

Continua en el trabajo. Esa ley del mínimo esfuerzo asociada a esa falta de ilusión o simplemente al egoísmo personal de ocuparse solo de lo que verdaderamente le importa a uno y de lo que le va a proporcionar algún beneficio personal, le hace crecer cada día en mediocridad al mantenerse en la irresponsabilidad con las otras tantas obligaciones ligadas a su puesto y trabajo: el equipo, los colaboradores, los clientes, resolución de conflictos, gestión de recursos, defensa de intereses: mejora continua de calidad, servicio y atención, etcétera.

Como decía un antiguo jefe mío, «ya que uno tiene que trabajar, da mucha más satisfacción hacer el trabajo bien que hacerlo mal». Igual que un médico no puede ser mediocre atendiendo a sus pacientes, tampoco lo puede ser un profesor, un arquitecto, un bombero, un pescadero o cualquiera que se nos pase por la cabeza, porque todos y cada uno de ellos sabe los que es y lo que significa un trabajo bien hecho y la gran satisfacción que uno siente en su interior cuando así lo ha hecho y cuando encima a quien teníamos enfrente, le hemos dado solución a sus problemas.

Entre vecinos. Es una vecindad de «buenos días» y de «vaya tiempo que hace». Una vecindad de no importar hacer ruido y molestar porque «aquí hace todo el mundo lo mismo». Una vecindad de no pararse a preguntar, por temor a que le metan a uno en un compromiso. ¿Dónde ha quedado aquello de que el bloque de vecinos era otra familia viva y cercana con la que se podía contar?

Incluso existe la mediocridad con los amigosLos amigos no son solamente para cuando hace sol, también lo son para los días de tormenta, sintiendo de cerca su amistad, sus problemas, sus alegrías, sus éxitos, sus fracasos.  La amistad no está en la «nube», la verdadera amistad, la amistad plena se vive físicamente, en persona, cara a cara, todo lo demás es mediocre, falsa amistad.

Es hora de salir de las sombras de la mediocridad, es hora de elegir. La vida nos hace continuos exámenes para detenernos y reflexionar sobre nuestras decisiones, nuestras acciones, nuestro trabajo, nuestro amor, nuestros valores y en definitiva, sobre nuestro comportamiento ante las diferentes circunstancias de la vida y ante las personas con las que nos hemos cruzado en ese caminar diario.

Además, seguro que nos preguntará si hemos sido de los pasivos o de los activos; de los que siempre han estado esperando o de los que han salido a dar; si hemos estado en modo supervivencia o en modo crecimiento; o tal vez —si en nuestro caminar diario—, hemos construido puentes, tendido lazos y estrechado manos.

Como decía en un artículo anterior, debemos ser expresiones visibles del bien. Hacer visibles las expresiones del bien tiene que ver con defender los valores, dejando un testimonio que se muestre en nuestras acciones, en nuestros gestos, en nuestra forma de hablar, de escuchar y de sentir, transmitiendo además paz y tranquilidad.

Es hora de salir de las sombras de la mediocridad y dejar esa huella que haga brillar el mundo en el que vivimos.



Muchas gracias por estar aquí y compartirlo. 
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"

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