Yo no sé vosotros, pero en mi caso hay días que cuando hago mi examen de conciencia sobre lo que he hecho, cómo lo he hecho y lo que he dejado de hacer y el porqué, algunas cosas me chirrían en mi cabeza, sobre todo por el bien que he dejado de hacer.
¿A cuántos he escuchado con interés? ¿Cuánto tiempo he dedicado a ayudar y enseñar. ¿A quien he animado y dado esperanza? ¿Cuántos de mis dones he puesto al servicio de los demás? ¿A cuántos he pedido perdón y a cuántos he perdonado? ¿A cuántos he regalado mi sonrisa? ¿Cuánto amor he compartido? ¿Cuántas veces me he abstenido de criticar? ¿Con cuántos he sido luz y sal?
Y cuando me planteo la nota que daría a ese examen de conciencia, el que chirría más es mi corazón.
¡Cuánto bien podemos hacer en el mundo, pero cuánto bien dejamos de hacer!
Porque estamos aquí para brillar, para ser luz, para ser sal, y no solo entre familiares y amigos, sino también en la empresa y en cualquier lugar donde nos encontremos.
Decía Carlo Acutis, que todos nacemos como originales, pero la mayoría mueren como fotocopias, copiando lo que hacen los demás. No han vivido su vida, sino de la otros. Vivimos imitando, y no precisamente lo bueno, porque eso es más difícil y cuesta mucho más.
Me llaman mucho la atención los comentarios que se hacen sobre unos y otros servicios y productos, ya que aunque los hay agradecidos y satisfactorios, una gran mayoría no son críticas constructivas, sino críticas para hacer daño. Parece que sobresale el rencor, la envidia, la crítica, la queja, el desprecio, la humillación... ¿Dónde queda la felicitación, el elogio, el reconocimiento, el ánimo e incluso ese consejo para mejorar que no sea insultante?
Comentaba el otro día el Padre Raúl Romero: Lo decía muy bien Cox en su famoso libro de “Fiesta de locos”: “el hombre moderno ha ganado el mundo, pero ha perdido el alma”. Al hombre moderno le han subido a un coche con todo lujo de servicios por dentro, con una preciosa carrocería por fuera, pero “sin motor”.
¿Dónde ha quedado nuestro motor? ¿El corazón y el alma que todo lo puede?
Hablaba en otro artículo anterior, de construir nuestra vida sobre roca.
Y es que para tener un proyecto de vida sólido y que no se caiga a pedazos, tenemos que estar ahí donde se nos necesita y donde se nos reclama para agrandar corazones y que nuestra llama no se apague y pueda dar luz.
La única forma es estar ahí, siendo más conscientes de cada momento, valorando a las personas que nos rodean, aprendiendo de cada experiencia, agradeciendo y aprovechando cada oportunidad.
¡Qué gran importancia tiene el estar siempre ahí para nuestra familia, para los amigos, para nuestra empresa, para los compañeros, para nuestro equipo, para nuestros clientes, para nuestros pacientes, para nuestros alumnos y en definitiva para todo aquel que se cruce en nuestro camino!
¡Cuánto bien dejamos de hacer si no estamos ahí!
No nos cansemos de hacer el bien. Como dice el Papa Francisco: El bien no se alcanza de una vez para siempre, ha de ser conquistado cada día.
Como escuché el otro día a un sacerdote: deberíamos ser personas con denominación de origen.
En definitiva, disfrutar de ser personas y ver cómo disfrutan los demás al ver que estamos ahí. Todos tenemos un tesoro en nuestro corazón y tenemos que compartirlo.
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