Suena como cursi, ¿no? Si lo escucharan muchos de los grandes «líderes» de hoy, dirían que es una solemne tontería.
No basta con ser como soy, tengo que mejorar mi actitud, mi carácter, mi comportamiento, mi generosidad, ese dar y recibir, mi atención y escucha, mi paciencia, mi tolerancia. No basta con estar en forma, mejorar mi estado físico, mi conocimiento de idiomas, mi sabiduría, la nutrición...
Mejorar es amar a los demás, demostrar que somos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos, cambiar, corregir aquello que hace daño a los demás, aceptar, tener más paciencia, más tolerancia, más control de uno mismo, ser más humilde.
Porque para mejorar hay que pensar en el prójimo, escucharle más y mejor, ayudarle más, ofrecerle un mejor servicio. ¿Y no es esto amar más al prójimo? Parece que cuando uno se detiene a fijarse en las personas poniéndolas en primer lugar, significa perder. Y es que no se entiende que el perder te hace ganar, que el perder te hace mejorar y que por eso mejorar es amar.
Mejorar es amar, no cabe otra. Para mejorar mi relación familiar, no cabe otra que amar más. Para mejorar mi atención a mis clientes, tengo que amarles más. Para mejorar mi trato, comportamiento y estima por mis compañeros o subordinados, tengo que amarles más.
Y es que si quieres mejorar, tienes que amar. Todo lo que se salga de ahí, nunca te hará mejorar, porque todo lo que sea movido por el egoísmo te estará apartando de las personas y cuando apartamos a las personas, todo aquello que significa amar pierde su valor y nunca te provocará ningún crecimiento.
Cuando uno ama esparce multitud de semillas a su alrededor que son las que hacen crecer los frutos. Cuando uno ama a su pareja o a sus hijos, entregaría su vida por ellos, y ese amor, esas grandes raíces de amor hacen crecer árboles con grandes ramas fuerte que sin duda florecerán dando grandes y maravillosos frutos.
Lamentablemente el que no quiere mejorar, no se ama ni a él mismo ni a nadie. ¿Para qué va a mejorar si no entiende que hay personas que necesitan de él? ¿Para qué va a mejorar si no ve el fruto que puede dar su propio crecimiento? ¿Para qué va a mejorar si no entiende que amar es lo único que puede dar sentido a su vida?
La vida no trata de ti, de mí o de nosotros, trata de servir a los demás y cuando ayudas a los demás, es cuando te ayudas ti.
Por eso hay que imitar para crecer. Imitar a quien hace cosas buenas, a quien sonríe y regala sonrisas, a quien escucha, a quien ayuda, a quien hace bien su trabajo, a quien imita ese buen gesto de alguien, ese comportamiento ejemplar, a quien hace feliz a la gente de su alrededor. Porque mejorar también es imitar, imitar las virtudes, imitar a quien promulga los valores, a quien da sin esperar recibir, a quien actúa con generosidad sin que le mueva ningún interés.
Todos los días cuando nos levantamos se nos presentan nuevas oportunidades para mejorar; para seguir dando pasos a delante o para cambiar el camino; para mirar más allá de lo que vemos; para detenernos a escuchar lo que oímos; para descubrir el camino de Santiago de cada día; para convertirnos en ese trébol de cuatro hojas; para hacer latir de nuevo nuestro corazón y hacer la inversión más rentable en nuestra vida.
¿Cuánto estamos dispuestos a amar para mejorar?
En palabras del Papa Francisco: “La Luz de Navidad eres tú cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con paciencia, alegría y generosidad”.
¡FELIZ NAVIDAD!
Muchas gracias por estar aquí y compartirlo.
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"
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